La comunidad es un anhelo cada vez mayor para mucha gente. El individualismo imperante en nuestra sociedad deja a muchas personas insatisfechas y en parte bloqueadas, sin saber qué hacer para cambiar el estado actual de cosas. La acumulación de bienes materiales no supone una mayor calidad de vida y, mucho menos, es garantía de felicidad. Las desastrosas consecuencias de nuestro modelo de vida, basado en el utilitarismo neoliberal y el capitalismo económico, son cada vez más evidentes, y van desde la destrucción de los ecosistemas naturales y las graves afecciones sobre el planeta en su totalidad, hasta el aumento de la desigualdad económica y la injusticia social, pasando por un crecimiento exponencial de los conflictos bélicos, de la represión “legal” que ejercen los gobiernos y de los atentados terroristas.
No es de extrañar por tanto que muchas personas conscientes de esta situación busquen desesperadamente alternativas para su forma de vida y para la creación de “otros mundos posibles”, donde el cuidado de las personas y de la naturaleza figure como un valor principal que oriente nuestras acciones. La mayoría de estas alternativas suponen vivir, trabajar o colaborar con otras personas en proyectos colectivos que, aunque nos pueden apasionar inicialmente, pronto se nos revelan como un auténtico reto, dadas las dificultades, tensiones y conflictos asociados a la convivencia y la toma de decisiones. Es entonces que descubrimos que nuestro propio ser está muy bien entrenado para ser individuo, pero carece de las mínimas nociones para ser en grupo. Ante este contratiempo, algunas personas reculan y vuelven a su antigua vida individualista, pero otras, conscientes de que no hay marcha atrás, buscan la manera de superar las dificultades, aprenden de los conflictos y conocen su ‘ser participante’, ese estado del ser que se revela en la simple participación en cualquier proyecto colectivo, más allá de las ideas o convicciones personales, imbuido del amor que acompaña toda interacción humana que surge desde el corazón.
Me gusta llamar “transicioneras” a aquellas personas que, huyendo de un modelo de vida agotador, individualista e insostenible, quieren iniciar un nuevo camino en sus vidas hacia una forma de vida más simple y sostenible, aumentar su calidad de vida y contribuir con su ejemplo a la creación de un mundo mejor para todos. Se trata de un camino difícil y no exento de riesgos, que supone dejar muchas cosas de lado, incluso algunas de nuestras convicciones más sólidas, para poder explorar territorios desconocidos de nuestro propio ser. Es recomendable empezar este camino, esta “transición” dentro de un grupo de apoyo en el que poder expresar las dificultades y temores y conseguir la energía suficiente para seguir avanzando. Una vez creado el grupo, se puede conseguir la formación necesaria para aprender a tomar buenas decisiones colectivas, para comunicar mejor dentro del grupo, para prevenir y resolver los conflictos cuando surgen, para definir y plasmar una visión común que nos invite a su realización, etc. Es así que, poco a poco, iremos descubriendo nuestros límites y virtudes, los roles que jugamos en cada momento, el poder que tenemos y del que inconscientemente abusamos y, sobre todo, la importancia de conocer bien nuestro ser participante, ya que sólo desde él podremos sacar adelante nuestros proyectos colectivos y crear comunidad.
Fuente: Revista Namaste
"Lecturas para el Tránsito" recomienda del autor José Luis Escorihuela: el Libro "Camino se hace al andar. Del individuo moderno a la comunidad sostenible. Manual para transicioneros"
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